Los zapatos rojos
Versión libre
Había una vez una joven muy vanidosa y presumida a quien un día le regalaron unos hermosos zapatos rojos de charol. Eran tan brillantes y relucientes como espejos. La chica no hacía más que admirar sus hermosos zapatos y a donde iba sólo pensaba en lucirlos y presumir con ellos.
Un día fue a la iglesia del pueblo y estaba tan concentrada en sus zapatos rojos que no prestó atención a nada de los que decían. Lo único que le importaba eran sus zapatos y observar su propio reflejo en ellos.
Un buen día su abuela la llevó a dar un paseo en el campo y en vez de ponerse unas zapatillas deportivas se puso sus zapatos rojos. Caminaron por senderos llenos de tierra y polvo y se le ensuciaron. Entonces un humilde limpiabotas que estaba en el camino le ofreció limpiarlos por unos pocos centavos.
Cuando vio los zapatos rojos de la joven exclamó: “Que hermosas zapatillas de baile” A la chica le enfadó ese comentario del zapatero y no le permitió que se los limpiara.
Pasaron los días y al siguiente domingo fueron de nuevo a la iglesia y vieron al humilde limpiabotas sentado en la puerta. Cuando vio a la joven volvió a decirle: “hermosas zapatillas de baile”
Al pronunciar estas palabras los zapatos rojos comenzaron a bailar por sí solos, la muchacha no tenía control de ellos, danzaban sin que ella pudiera evitarlo. Como pudo se los quitó y al llegar a su casa los guardó en el armario.
Poco después la abuela enfermó y la joven debía cuidarla. Pero tenía una fiesta a la que quería asistir, así que pensó: “De todas maneras la abuela es muy vieja y pronto morirá”. Así que se vistió y se puso los zapatos rojos para irse de fiesta.
Apenas salió los zapatos comenzaron a bailar de nuevo por arte de magia. La chica intentó quitárselos pero no pudo, parecían estar completamente adheridos a sus pies. Bailaba y bailaba sin control. Estuvo bailando durante horas. Los zapatos no paraban ni de día ni de noche. De repente, volvió a pasar en frente de la iglesia y justo en la puerta estaba el humilde limpiabotas que en realidad era un ángel disfrazado:
— Tendrás que bailar con tus zapatos rojos hasta que estés pálida y fría, y la piel se te arrugue, y te conviertas en un esqueleto. Bailarás de puerta en puerta, y allí donde encuentres niños orgullosos y vanidosos llamarás para que te vean y tiemblen...
—¡Piedad! —gritó la joven, pero no alcanzó a oír la respuesta del ángel, porque los zapatos la habían llevado ya hacia los campos, por los caminos y senderos. Y sin cesar seguía bailando.
Un día los zapatos la llevaron más allá de los matorrales hasta una solitaria casita donde vivía el verdugo del pueblo. Golpeó con los dedos en el cristal de la ventana y llamó:
—¡Ven! ¡Ven! ¡Yo no puedo entrar, estoy bailando!
—¿Acaso no sabes quién soy yo? —respondió el verdugo—. Yo soy el que le corta la cabeza a la gente mala. ¡Y mira! ¡Mi hacha está temblando!
—¡No me cortes la cabeza —rogó la joven—, pues entonces nunca podré regresar a casa! Pero, por favor, ¡córtame los pies, con los zapatos rojos!
Le explicó todo lo ocurrido, y el verdugo le cortó los pies con los zapatos, pero éstos siguieron bailando con los piececitos dentro, y se alejaron hasta perderse en las profundidades del bosque. Luego el verdugo le fabricó un par de pies de madera y dos muletas.
"Ya he padecido bastante con estos zapatos —se dijo—. Ahora iré a la iglesia, para que todos puedan verme". Y se dirigió a la puerta del templo. Al llegar allí vio a los zapatos que bailaban ante ella, y aquello le dio tanto terror que se volvió a su casa.
Toda la semana estuvo muy triste, derramando lágrimas amargas, pero al
llegar el domingo se dijo: "Ahora sí que ya he sufrido bastante. Me parece que estoy a la par de muchos que entran en la iglesia con la cabeza alta".
Salió a la calle sin vacilar más, pero apenas había pasado de la puerta volvió a ver los zapatos rojos bailando ante ella. Se sintió más aterrorizada que nunca. Estaba tan asustada y triste que logró arrepentirse, pero esta vez con verdadero arrepentimiento en el corazón.
La muchacha logró cambiar se hizo una mujer muy trabajadora y dedicada, y se hizo querer por todos, pero cuando oía a las jóvenes hablar de lujos y vestidos, y pretender ser bellas como reinas, meneaba la cabeza con espanto.
cuento de Hans Cristian Andersen
Apuntes sobre el Cuento |
Enseñanza/Moraleja: El orgullo y la vanidad son malos compañeros.
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Edad recomendada: A partir de 7 años
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Qué se trabaja: Aprender a ser humildes a no ser egoístas y a tener responsabilidad.
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Valores: Humildad, modestia y sencillez
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Propuesta educativa de trabajo: Después de leer el cuento puedes comentar con tu hijo/a ¿Sabes qué significa la vanidad? Las personas vanidosas suelen creer que ellos son el centro de atención, pueden ser egoístas, arrogantes y engreídos. Los vanidosos siempre quieren guardar las apariencias delante de los demás y se ceen los mejores. |
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