El Abuelo
Un cuento para hablar sobre la muerte de seres queridos
Sostuve la mano de mi abuelo justo antes del momento de su partida. Me observó con una de esas miradas penetrantes y sinceras que solía tener, luego cerró sus ojos y exhaló. Me pareció que sonreía cuando su débil mano se deslizó entre mis dedos. Mi amado abuelo había muerto.
Aunque el abuelo siempre me hablaba sobre ese instante trascendente y quería prepararme para cuando llegara su hora, me sentía muy triste. Él siempre me decía: “Somos infinitos, la muerte no es más que otra etapa de la vida, lo que se va es el cuerpo físico, pero el alma sigue existiendo. La vida es una escuela, una prueba por la que pasamos no una, sino muchas veces”. Yo lo escuchaba, pero no entendía muy bien a qué se refería.Permanecí unos minutos a su lado y no pude evitar recordar con cariño aquella vez cuando el abuelo me regaló una cajita de cristal con un par de orugas y me pidió que las cuidara. Eran extrañas, de aspecto pegajoso y desagradable, estuve tentada a tirarlas por el retrete, pero luego sentí lástima. Las cuidé y observé durante semanas, llegó un momento en que hasta me parecía divertido, eran las mascotas ideales: no molestaban, no ensuciaban ni hacían ruido… ¡eran perfectas!
Un día al llegar del colegio me percaté de que las orugas ya no estaban, y en su lugar había dos pequeños bultitos pegados a la tapa de la caja. Me asusté, pensé que habían muerto, corrí a la habitación del abuelo y le mostré la caja, para mi sorpresa él levantó las manos emocionado y dijo: “Qué hermosas crisálidas”.
“¿Crisálidas? ¿Qué cosa es eso?”, pregunté intrigada, a lo que el abuelo respondió con ternura: “Todo cambia mi pequeña, todo cambia. Es una ley universal y debemos convivir con eso. Lo mejor es adaptarse a los cambios, tus orugas se convirtieron en crisálidas”. Vaya me sentía desconcertada ¿por qué querrían convertirse en crisálidas, acaso no se sentían bien siendo orugas? Me parecía algo innecesario. “Esta es una de las cosas más lindas que podrás ver, pero debes tener paciencia” dijo el abuelo. No quise preguntar nada más pues me sentía molesta.
Pasaron los días y para mi sorpresa las pelotitas, o mejor dicho, las crisálidas se movían ligeramente. Con el paso del tiempo iban adquiriendo colores de diversas tonalidades entre azul y amarillo. Realmente eran extrañas pero hermosas, tal y como había prometido mi abuelo.
Unas semanas después había en la caja de cristal dos mariposas con los colores más intensos que había visto en mi vida; tenían un azul rey brillante en sus alas de terciopelo y unos pequeños puntitos amarillos a cada lado, por el borde de las alas tenían un color negro azabache como si un artista las hubiera pintado delicadamente. El abuelo sonrió al ver mi cara de asombro “Te prometí que verías algo extraordinario” dijo. “Nunca pensé que esas dos orugas feas podían convertirse en majestuosas mariposas…” dije. “Nunca juzgues a otros por su apariencia, es necesario ver más allá. Todos pueden ser potencialmente maravillosos, es necesario buscar el lado bonito de las cosas, queda de nuestra parte tomarnos el tiempo para descubrirlo” respondió el abuelo.
“Gracias, es el mejor regalo que me han dado” dije emocionada. El abuelo hizo silencio y finalmente susurró en tono serio: “Ahora es preciso dejarlas ir”. “¿Dejarlas ir? ¡Eso nunca! son mis mariposas”, respondí contrariada. “Si las dejas allí morirán y nunca podrán extender sus alas para volar, sé que las quieres mucho, pero precisamente por eso es necesario que las dejes libre” insistió el abuelo.
No podía creerlo, después de haberlas cuidado durante tanto tiempo, desde que apenas eras dos orugas babosas y feas, ahora que eran hermosas tenía que abrirles la caja. Pero el abuelo fue firme, tomó mi mano y fuimos al jardín, a regañadientes y con el llanto a punto de estallar, lentamente abrí la caja de cristal.
Las mariposas tardaron un poco en salir, quizá quieran quedarse, me decía a mi misma esperanzada, pero en realidad sólo estaban estirando sus alas antes de volar, hasta que, de una manera casi mágica, una de las mariposas alzó el vuelo y la otra le siguió. Mi tristeza se quedó paralizada al verlas aletear tan gráciles que parecían bailar, sus alas brillaban aun más con la luz del sol, se veían resplandecientes, eran hermosas.
“¡Te felicito!” dijo el abuelo “Acabas de pasar una prueba muy importante” añadió con orgullo. “¿Cuál prueba?” dije con lágrimas en los ojos. “La prueba del desapego” respondió él. Esa lección nunca la olvidé.
Estando en aquella habitación llena de tantos recuerdos compartidos con mi querido abuelo, no pude evitar pensar que tal vez él estaba revoloteando por allí, libre y feliz, resplandeciente igual que aquellas mariposas guardadas en la cajita de cristal.
Decidí salir al jardín para recordar aquel instante maravilloso de mi infancia, cerré los ojos y lloré. La tarde era tibia y tranquila, había un silencio que encontré fuera de lo usual, me pareció que por breves instantes el tiempo se había detenido. De repente sentí mi corazón galopar como presintiendo algo, en ese instante abrí los ojos y justo frente a mí había una mariposa azul ¡no podía creerlo!, era justo como aquellas mariposas que hacía años había dejado salir… recordé que el abuelo siempre decía que no existían las casualidades extendí mi mano y pregunté ¿realmente eres tú? La mariposa se posó en mi dedo índice y abrió sus alas frente a mis ojos maravillados, comprendí que era un mensaje de él, que venía a recordarme aquella lección de desapego, a darme esperanza y a llenarme de valor.
Apuntes sobre el Cuento |
Enseñanza/Moraleja: La aceptación de la muerte de seres queridos
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Edad recomendada: A partir de 8 años
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Qué se trabaja: La muerte de un ser querido siempre genera sentimientos de tristeza, frustración, rabia y en especial para los niños puede ser difícil de entender. Aprender a aceptar la muerte como un hecho natural.
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Valores: Aceptación, esperanza
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Propuesta educativa de trabajo: Después de leer el cuento puedes comentar con tu hijo/a cómo has superado la muerte de algún ser querido. Hablar sobre el ciclo de la vida. |
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